Iván Fina es psicólogo, investigador y docente. Se expresa de forma correcta y tranquila, se nota que los años de trabajo con la palabra le dio una gran experiencia a la hora de contar. Iván cuenta, pero al mismo tiempo piensa, saca conjeturas y nuevas conclusiones. Su identidad tiene que ver con su historia, o la de sus padres, o con la búsqueda de un hermano. O quizás tenga que ver con todo esto, y como él dice, con elegir esa identidad.

Es hijo de Víctor Hugo Fina, asesinado en agosto del 78’ por represores de la última dictadura cívico-militar en la ciudad de Rosario. Su madre, Isabel Ángela Carlucci, fue secuestrada el mismo día, en la misma ciudad, pero a ella la buscaron en su trabajo. Estaba embarazada de 6 meses, y aun no se conoce el destino de ese embarazo, por eso el aún él busca a su hermano.

Cuando todo ocurrió, Iván apenas tenía 10 meses y a partir de ahí se quedó con sus abuelos. “Mi madre ese día no me llevó con ella a trabajar porque yo estaba con un poco de malestar o algo así y eso me salvó”, relata.

A partir de ese momento, Isabel, comenzó a ser una desaparecida hasta el año 2011, en que sus restos fueron identificados por el Equipo de Antropología Forense de Argentina, en una fosa común en el cementerio de Rosario junto a otros militantes asesinados.

“Luego de su secuestro sólo quedan puras especulaciones con lo que pudo haber pasado. Todos los análisis e investigaciones no pudieron resolver nada sobre el destino del embarazo, si llegó a término o no, ni de mi hermano o hermana, si pudo haber nacido o no… si está vivo o no”, expresa.

Su carrera como psicólogo y su militancia lo ayudaron a poder clarificar, que todo lo que le ocurrió a él y su familia, tiene que ver con la identidad, con su identidad. Explica que encontrar los restos y volver a darle el nombre es muy profundo, no es abstracto ni un pensamiento en el aire, es un hecho concreto de identificación. La identidad de los cuerpos le devuelve el nombre a los desaparecidos, que en el momento de su secuestro fueron despojados de él y en su lugar incluso se puso solamente un número, sin tumbas ni restos, como metodología selecta de los campos de exterminio.

“Permite, no clausurar ni cerrar, pero sí continuar con el trabajo elaboración de todo lo que pasó, lo que nos pasó a todos. En ese sentido para mí tiene una importancia muy grande el hecho de que puede haber un lugar físico donde ir. Yo sé que están ahí”, afirma, y considera que también esta importancia no queda en él, sino que tiene un gran valor en relación a su familia y a sus hijos, que pueden tener “la tumba de su abuela”.

Pero ese consuelo se ve manchado con lo que considera la parte más dura, y es el paradero e identidad de su hermano o hermana. Lo siente como “un agujero, una espina”, pero sostiene que “hasta que no haya una información certera seguirá todo abierto, es una cuestión subjetiva, es una cuestión política incluso”. “Los que tienen que hablar y tienen que dar cuenta de los que pasó son los responsables, en ese sentido no se negocia y se continúa con la duda sobre si mi hermano está o no está vivo”, admite, y resalta que sigue el principio que aprendió de las Abuelas de Plaza de Mayo: “Mientras haya lugar a dudas, hay que seguir avanzando. Yo tengo esa duda, así que la búsqueda sigue”.

Sin embargo, entiende que es una de las pocas víctimas que dejó el terrorismo de Estado que pudo juntar los restos de sus padres. Cuando apareció el cuerpo de su madre, traslado al de su padre y los sepultó juntos. Fue un acto simbólico que unió de una vez y para siempre lo que el odio quiso separar y no puedo.

Quizás, lo que más resonó en sus años de lucha fue fracturar una identidad con la que había crecido, que había adoptado y vuelto su piel para bien o para mal, y fue que a partir de ese acto conciliador dejó de ser un “hijo de desaparecido”.

“Sin duda todo lo ocurrido es un elemento importantísimo en mi identidad. La identidad es como un carnet, uno los usa en distintas situaciones. Esto es mi historia, son mis orígenes, es mi familia, es lo que soy y una parte muy importante alcanza mi profesión como psicólogo, psicoanalista, investigador y como docente, es algo que me atraviesa”, destaca.

Los 90’ también fueron una formación constante y una forma de tener esa identidad. Fue pasar del dolor a tomar cartas en el asunto, fue acompañar a las Abuelas y organismos de derechos humanos en la lucha. “Eso también es mi historia, hay una parte que yo no elegí, pero si la elegí en ese momento y ayudó a hacer algo con el dolor también”, detalla. “Todo eso lo defino como parte de mi identidad, como elección. Esta es mi historia esta es mi vida y este soy yo”, concluye.