Nació en San Rafael como Ernesto Sanz y fue senador por la UCR entre 1983 y 1987 hasta que el entonces gobernador radical Felipe Llaver -aquel amigo de Raúl Alfonsín que le hizo frente con la histórica toma del complejo hidroeléctrico Los Nihuiles- lo llevó al máximo tribunal de justicia para completar la renovación total que había comenzado por la llegada de la democracia.
Su presencia garantiza la mayoría radical (4 a 3) en una Corte mendocina altamente politizada durante la última década.Tiene 80 años y lleva 35 como juez de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza. Pedro Llorente es uno de los magistrados más longevos de esta provincia y el mayor de los siete supremos que integran la cúpula del Poder Judicial.
Desde hace 2 años, y debido a los sucesivos recambios en la cima de la Justicia de Mendoza, Pedro Llorente es el único sobreviviente de aquella Corte “de Llaver” que integraron, entre otros, la prestigiosa Aída Kemelmajer de Carlucci.
La salida de Jorge Nanclares, a poco del comienzo de la pandemia, dejó a Llorente en esa condición de solitario pero, lejos de renunciar para jubilarse, redobla la apuesta: “Sigo trabajando como todos los días”, repite.
El sanrafaelino ejerció el poder desde la presidencia de la Suprema Corte de Justicia durante una década hasta que decidió retirarse de la danza de postulaciones que se repite cada dos años para renovar la conducción.
Su perfil negociador le permitió trascender a 10 gobernadores de Mendoza y salir indemne de durísimos enfrentamientos entre la Corte y los gobiernos radicales de Roberto Iglesias y Alfredo Cornejo, entre 1999 y 2007, muchas veces por los altos sueldos de los magistrados y otras tantas por el cuestionado rendimiento.
Y al mejor estilo del recordado Nicolino Locche logró esquivar, casi con la maestría de El Intocable, las graves temporadas en que los gobiernos de turno eligieron al Poder Judicial como puching ball en busca de puro rédito electoral.
Sin gritos, sin estridencias. Con paciencia tibetana y muñeca política. Así se movió Llorente, quien hace 35 años tiene su despacho en el ala norte del cuarto piso de los tribunales de Mendoza, donde funciona la Corte.
Hace un año la ANSES lo intimó a jubilarse bajo el argumento de que si no lo hacía “de inmediato” perdería todos los trámites aprobados hace más de una década por el organismo previsional, pero a Llorente no se lo movió un pelo: “Sigo en funciones como todos los días. Me siento con plena capacidad física e intelectual para seguir trabajando”, repite desde el escritorio repleto de fotos de los nietos.
Y a quienes pretenden ahondar un poco en su pensamiento y perspectiva, más allá de las frases hechas, les contesta con una sonrisa ambigua: “Miren, esto es como un tablero: cuando yo vea que se me prende la luz amarilla me retiro. Ahora, esa luz es verde. Aunque tal vez mañana tenga que irme”.
Con orgullo cuenta Llorente que llegó a ser gobernador de Mendoza por un día. Fue en 1987 cuando irse a la Corte ya estaba en sus planes. Gobernaba el peronista José Pilo Bordón, quien, de gira por el exterior, había dejado el mando al vice, Arturo Lafalla. Hasta que una tarde, a Llorente, por entonces Presidente Provisional del Senado y tercero en la línea de sucesión, le informaron desde Casa de Gobierno que debía quedar al frente del Poder Ejecutivo por un viaje corto de Lafalla a Buenos Aires. “Estuvo todo bajo control”, evoca Llorente.
El juez cobra uno de los sueldos más caros del Poder Judicial de Mendoza gracias el ítem antigüedad, que lo aumenta a razón del 2,6% acumulativo anual.
Hace poco más de un año fue víctima del Covid y, tras una semana de internación en el hospital Teodoro Schestakow de su ciudad natal, volvió a casa y al despacho. “A este virus hay que enfrentarlo con energía y actitud”, les dijo a cada uno de los que le preguntaron por su estado de salud.
Hoy, Llorente integra la Sala I de la Corte de Mendoza junto con Teresa Day y Julio Gómez. Los asuntos Civiles, Comerciales y de Familia pasan por sus ojos.
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