Los múltiples avances y conquistas de la lucha del movimiento de mujeres y disidencias permitieron la visibilización de las violencias, discriminaciones e inequidades que enfrentamos las mujeres y diversidades, así como nuestra potencia y capacidad de lucha colectiva.
No obstante, esta creciente instalación de la agenda feminista en el escenario público ha sido asumida por ciertos sectores con un dejo de superioridad condescendiente, en una forma velada de resistencia, como si buena parte de las problemáticas y desigualdades que el feminismo puso de relieve, fueran ya parte de un pasado de injusticas superado y resuelto.
Así, frases como “las mujeres tienen ya las mismas oportunidades que los varones”, o versiones similares, resuenan de un modo u otro en distintos ámbitos sociales, laborales y políticos. Sin embargo, las estadísticas insisten en demostrar que las mujeres participamos menos de instancias políticas y/o gremiales; estamos ausentes en gran medida de los espacios de poder y decisión; y en el mercado laboral tenemos una menor tasa de inserción que los varones y con mayor precariedad en el empleo. Estas situaciones se profundizan al analizarlas desde un enfoque interseccional que no sólo contenga al género como variable sino también otras tantas que denotan relaciones de jerarquía entre las personas (como lo son la edad, etnia, nacionalidad, discapacidad, entre otras).
Los números del mercado de trabajo son una clara expresión de esta disparidad: la tasa de empleo de las mujeres es del 44.2% mientras que la de los varones es del 64%, según el Dossier Estadístico del INDEC para el 8M de marzo de 2022. Como se ve, una diferencia notable que roza los 20 puntos, en una variable clave como lo es el empleo en términos de acceso a recursos económicos, sociales y simbólicos, que son la base para la consolidación del ejercicio de la autonomía económica y la toma de decisiones.
Datos como la tasa de desocupación (del 9% en las mujeres y del 7% en los varones adultos) y de informalidad en el empleo (34.6% para la población femenina y del 38.4% para la masculina), vienen a complementar y complejizar un panorama que es expresión de lo que denominamos feminización de la pobreza.
Mercado de trabajo y orden de género
La pregunta obligada entonces es por qué se dan estas diferencias. ¿Se trata realmente de una cuestión de oportunidades disponibles que son accesibles mediante el esfuerzo individual o refiere a la existencia de condiciones estructurales en el mercado laboral que excluyen a ciertos grupos?
El mercado laboral ha estado históricamente impregnado por una matriz androcéntrica, es decir, su lógica es la del varón hegemónico. Históricamente el ámbito público en general y el del mercado de trabajo en particular, fue habitado por las masculinidades hegemónicas que estructuraron condiciones inalcanzables para las mujeres y diversidades: horarios, dinámicas, visibilización (o no) de ciertas temáticas, violencias etc.
Los aún arraigados estereotipos vinculados a un sistema de jerarquías de género en donde las características como “practicidad”, “racionalidad” y “fuerza”, entre otras, han sido vinculadas fuertemente a lo masculino hegemónico y sobrevaloradas, se proyectan como barreras al momento de la inserción y permanencia en el mercado laboral. Una consecuencia decisiva de estas asignaciones culturales es la feminización mayoritaria de ciertas actividades (como ser el sector de casas particulares, educación, enfermería, etc.), mientras que otras se presentan abrumadoramente masculinizadas, como ejemplo la construcción o la rama metalmecánica de la industria.
Esta sesgada distribución de género en ciertas ramas de actividad adquiere sentido en virtud de la histórica división sexual del trabajo, por la que mujeres y varones aprendimos y fuimos obligados a cumplimentar dicotómicos y “complementarios” trabajos, entre los cuales a las mujeres nos fueron asignados aquellos vinculados a los cuidados y gestión de los hogares, dentro del ámbito doméstico y privado.
Según la última Encuesta del Uso del Tiempo (INDEC) “casi la totalidad (98,6%) de los hogares con población que necesita cuidado lo resuelve a través del trabajo no remunerado de una persona del propio hogar o de familiares que residen en otros hogares”, y al interior de ellos principalmente por las mujeres. El mismo relevamiento arroja datos que expresan que el 91.7% de las mujeres realizan trabajo doméstico y/o de cuidados no remunerado mientras que los varones representan el 75.1%.
Esta (invisibilizada) sobrecarga doméstica impacta negativamente en la planificación de la vida personal en general y de la laboral en particular, dada la exclusión de la demanda de trabajo (de manera directa o indirecta) en base a los estereotipos o por barreras subjetivas (auto exclusión) de oportunidades de empleo, formación y carrera, en base a la falta de tiempo disponible.
Esta feminización del trabajo gratuito de cuidados no sólo incide en la vida económica de las mujeres, sino que también produce pobreza y desigualdad en las familias, contribuyendo en buena medida en la configuración del cuadro general de “inactividad”, desempleo e informalidad en nuestro país.
Los cuidados como base de múltiples inequidades
En la ya citada Encuesta del uso del tiempo realizada por el INDEC, se expresa que las mujeres usamos 6.31 horas diarias en tareas de cuidados, lo que supone casi el doble del tiempo utilizado por los varones con el mismo fin (3.40 horas diarias).
Como ya dijimos, las tareas de cuidados estuvieron históricamente garantizadas y ejecutadas en el interior de los hogares y, dentro de ellos, las mujeres fueron las responsables de su desarrollo. Se trata de tareas que han carecido de reconocimiento social y económico a pesar de que sostienen algo tan central e ineludible como la reproducción de la vida. Esta ausencia de reconocimiento se expresa claramente en la distribución porcentual de las jubilaciones del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) que muestra que 8 de cada 10 mujeres que perciben jubilaciones lo hace por moratoria. Por esto mismo, corresponde destacar políticas reparatorias como la de jubilación de amas de casa y el Programa de Reconocimiento de Aportes por Tareas de Cuidado, que apuntan al reconocimiento de estas labores históricamente invisibilizadas.
Entonces, si partimos de la premisa que las tareas de cuidados son trabajo porque implican un uso de la energía y del tiempo que no es destinado a otras actividades (educativas, recreativas, formativas, laborales o de participación política o gremial) puede advertirse el entramado socio-cultural y económico que une tareas de cuidados no remuneradas con desempleo femenino.
Este vínculo tiene lecturas particulares según los estratos socioeconómicos, ya que garantizar cuidados requiere, o bien, de la posibilidad de tercerizarlos en otras personas (generalmente otras mujeres) o la disposición del tiempo necesario para ejecutarlos por cuenta propia. De aquí se desprende que las tareas de cuidados no remuneradas se constituyen en un “vector de desigualdad”, en términos de la investigadora en temáticas de género Corina Rodríguez Enriquez.
Hacia un sistema integral de políticas de cuidados
La corresponsabilidad en temas de cuidados es la piedra angular para promover el acceso a recursos económicos y simbólicos de las feminidades. Este objetivo implica un involucramiento activo en la temática no sólo de los hogares sino también del Estado y del sector privado en general.
Se requiere de una organización social de los cuidados más justa que permita la distribución de estas tareas entre todos los sectores de la sociedad y dentro de las familias entre todos sus integrantes, de manera tal que la distribución del tiempo y las responsabilidades sea equitativa para todos y todas.
Con este propósito fundamental emergen algunos lineamientos prioritarios para el impulso de políticas públicas, con perspectiva de género y diversidad, que apunten a generar escenarios socio-laborales de muchísima mayor equidad en materia de cuidados. Entre ellos podemos mencionar:
Ampliación de licencias como una pieza central para alcanzar la corresponsabilidad entre los géneros, que involucre a quienes están a cargo de infancias y adultxs mayores y con mayor disposición de días en año calendario para ello.
Fortalecimiento de la oferta de servicios e infraestructura de los cuidados en espacios de trabajo y de formación del sector público y privado.
Incremente de la oferta de servicios e infraestructura de los cuidados en los espacios comunitarios.
Adaptación de las jornadas laborales a las necesidades de cuidado en el sector público y privado.
Desde ya, se trata de componentes articulados de una política pública que debe plasmarse necesariamente en un Sistema Integral de Cuidados, que cuenta ya con importantes avances en el desarrollo de la propuesta, tal como se plasmó en el Proyecto de Ley “Cuidar en Igualdad” que fue presentado el año pasado en el Congreso pero que aún no registró avances significativos en su tratamiento parlamentario.
Por el momento sigue siendo una cuenta pendiente y somos las mujeres y diversidades quienes vivenciamos las consecuencias negativas de la ausencia de políticas públicas integrales en la materia. Por esto mismo necesitamos avanzar más temprano que tarde en este camino, se trata de brindar respuestas concretas de forma cotidiana a las necesidades de cuidados de millones de personas, realizando así un aporte efectivo en la construcción de una sociedad más igualitaria para todas, todes y todos.
Referencias:
INDEC, Dosier estadístico en conmemoración del 111° Día Internacional de la Mujer Trabajadora, marzo 2022.
INDEC, Encuesta Nacional de Uso de Tiempo 2021. Resultados definitivos, octubre 2022.
Enríquez Rodriguez, Corina. “Economía del cuidado y desigualdad en América Latina: Avances recientes y desafíos pendientes” (pág 133-156) en Economía Feminista: Desafíos, propuestas y alianzas. Editorial Madreselva, 2018.
Proyecto de Ley “Cuidar en Igualdad” para la creación del Sistema Integral de Políticas de Cuidados de Argentina (SINCA), elaborado por el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad y el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social.
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