El 13 de enero de 2002, Rubén “Mencho” Gill, su esposa Norma Margarita Gallego y sus cuatro hijos —María Ofelia (12), Osvaldo José (9), Sofía Margarita (6) y Carlos Daniel (3)— fueron vistos por última vez en un velorio en la localidad de Viale, Entre Ríos. Desde entonces, no se volvió a saber nada de ellos.
A 23 años de su desaparición, el caso sigue sin resolverse y suma una nueva estrategia: la querella solicitará imágenes satelitales de la NASA para intentar detectar posibles movimientos de tierra en el campo donde vivía la familia.
“Tenemos el compromiso de poder hacer algo y darle una respuesta a una madre que espera saber qué pasó con su hija, su yerno y sus cuatro nietos”, expresó el abogado Marcos Rodríguez Allende, representante de la querella.
Para él, no solo la familia necesita respuestas, sino también la sociedad: “Seis personas desaparecieron de la faz de la tierra en circunstancias muy particulares. Es imposible pensar que simplemente se fueron, dejando todas sus pertenencias atrás”.
Desde sus inicios, la investigación estuvo marcada por graves irregularidades. “La policía recién allanó el campo a los ocho meses y ese procedimiento terminó en un asado con el dueño del campo y el juez de la causa. Fue vergonzoso y tremendo”, denunció Rodríguez Allende. A pesar del tiempo transcurrido, la causa sigue caratulada como “averiguación de paradero”, algo que la querella considera insuficiente. “Si en 2002 se hubiera investigado como desaparición forzada u homicidio, otra hubiera sido la historia”, subrayó.
La estrategia actual apunta a obtener imágenes satelitales de 2002 para identificar posibles movimientos de tierra en las 600 hectáreas del campo donde residía la familia Gill. “Sabemos que los satélites argentinos solo permiten detectar movimientos importantes a partir de 2007, pero los registros de Estados Unidos podrían aportar datos del 2002. Es ahí donde entra la NASA”, explicó el abogado.
Sin embargo, advirtió que el proceso no es sencillo: “No basta con que un juez de Nogoyá lo solicite, debe ser un pedido canalizado por el Estado Nacional”. Para los familiares, el objetivo es claro: “Lo más importante es poder pensar, poder llevar una flor, saber dónde están. Confirmar que no se fueron de viaje. Lo peor que puede haber para una persona es desaparecer”, concluyó.
Durante más de dos décadas, circularon múltiples teorías: desde una huida voluntaria hasta conflictos con el patrón o desapariciones encubiertas. Incluso se investigó la posibilidad de que los cuerpos fueran ocultados en pozos o consumidos por animales. Pero nunca apareció una prueba concreta.
La investigación incluyó rastrillajes en hospitales, escuelas, estaciones de servicio, el uso de tecnología satelital y hasta colaboración del FBI. Tal fue el compromiso de los equipos de búsqueda que llegaron a instalar una casa rodante en la estancia para agilizar los operativos.
El dueño del campo La Candelaria, Alfonso Goethe, fue el único sospechoso que tuvo la causa. Conocido por su carácter fuerte y acusado informalmente de envenenar animales, denunció la desaparición recién tres meses después, diciendo que la familia estaba de vacaciones.
“Se me reía en la cara, esa persona no tiene corazón”, recordó Adela Gallego, madre de Norma, en una entrevista con TN. “¿No estarán muertos aquí o aquí?”, relató, recordando cómo Goethe se burlaba señalando distintos puntos del campo.
Aunque siempre estuvo en la mira de la Justicia, nunca fue imputado formalmente. Murió en 2016 en un accidente automovilístico, llevándose consigo cualquier verdad que pudiera revelar.
Actualmente, el Ministerio de Seguridad de la Nación mantiene activa una recompensa de 12 millones de pesos para quien aporte información precisa.
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