La plaza de la favela Penha, en Río de Janeiro, Brasil, se convirtió en un escenario de horror. Más de 60 cuerpos, muchos con señales de extrema violencia, yacían este miércoles por la mañana amontonados mientras vecinos, en su mayoría mujeres, buscaban desesperadas a sus hijos, hermanos y amigos. La cifra total supera los 120 muertos.

“Nunca vi algo así”, relató un residente, entre lágrimas y consternación.

El operativo policial, el mayor en la historia de la ciudad con 2.500 agentes, tenía como objetivo atacar al Comando Vermelho, pero dejó a la población atrapada entre balas, incendios y barricadas improvisadas.

Algunos testigos denunciaron ejecuciones, personas amarradas y marcas de tortura, mientras las calles permanecían vacías y escuelas cerradas.

Organismos internacionales, incluida Amnistía Internacional, condenaron la operación. La organización señaló que la acción coloca a Río de Janeiro “en un estado de terror” y constituye un atentado contra los derechos humanos, alertando sobre la necesidad de garantizar la protección de la población civil.

El gobernador de Río reforzó la presencia policial en vías principales y el transporte público, mientras el gobierno federal organiza reuniones de emergencia para atender la crisis.

En medio del caos, el rostro más visible del conflicto es humano: madres, hermanas y vecinos recogiendo cuerpos, intentando dar dignidad a quienes murieron en un día que dejó a Río de Janeiro en silencio y con un dolor colectivo difícil de comprender.