Una de cada 5 niñas y uno de cada 13 niños son abusados sexualmente en Argentina, según las últimas mediciones de UNICEF. Sin embargo, las estadísticas son tentativas, ya que el abuso sexual contra las infancias sigue siendo un tema tabú y muy poco llega a la Justicia. Especialistas indican, además, que “sólo el 2% de las denuncias por abuso sexual infantil llegan a una sentencia para el agresor”.

Estos datos dejan en evidencia la ineficiencia del sistema adultocentrista en la prevención y en la sanción de los agresores de menores de edad y, en consecuencia, la desvalorización de la palabra de las víctimas en distintas instancias, especialmente en la judicial. 

De este engranaje fue testigo Sebastián Cuattromo, uno de los fundadores de "Adultxs por los Derechos de la Infancia" quien, en diálogo con Tiempo Judicial, compartió su historia de lucha tras haber sido víctima de abuso sexual a sus 13 años por parte de Fernando Enrique Picciochi, docente y religioso católico del Colegio Marianista del barrio de Caballito de la Ciudad de Buenos Aires.

Estos hechos ocurrieron en los años 1989 y 1990, pero fue 10 años después que Sebastián logró poner en palabras lo sucedido y dejar atrás así una adolescencia marcada por un “sentimiento de profunda soledad, aislamiento y vergüenza”. En el año 2000, presentó una denuncia penal contra su agresor en el ámbito de la Justicia Nacional con sede en CABA. Fue recién en el 2012 que la Justicia condenó al agresor a doce años de cárcel por el delito de “corrupción de menores calificada, reiterada”.

En el medio, ese joven de 23 años debió encarnar el papel de una víctima que es su propio abogado, su propio motor, su propio protector. Él buscó contactar con otras víctimas para realizar la denuncia en conjunto, reclamó la responsabilidad civil del Colegio Marianista y hasta de la institución eclesiástica a través del Arzobispado de Buenos Aires, entonces liderado por el actual Papa Francisco, pero sin suerte. Intercedió ante la Interpol y la Justicia Nacional para que buscaran a Picciochi, quien tenía pedido de captura internacional. Pero fue él mismo quien tuvo que investigar el paradero de su propio agresor. 

El peso de “12 largos años de una dura y solitaria pelea como víctima y querellante en esta causa penal” donde “se cometieron groseros errores institucionales en su proceso de búsqueda”, se convirtieron en motor de lucha para crear, más tarde, la mencionada asociación junto a Silvia Roxana Piceda, víctima de abuso sexual entre los 9 y los 11 años y más tarde madre de una hija víctima del mismo delito por parte de su progenitor. Como Sebastián, Silvia debió enfrentarse a un engranaje judicial injusto, cruel y encubridor de abusadores que intentó revincular a la niña con su agresor, por lo que debieron estar prófugas de la Justicia durante algunos años. 

En el 2012, ambos decidieron hacer públicos sus casos y así se conocieron, unión que daría forma a este espacio que se dedica a ayudar y asistir a víctimas de abuso sexual infantil y a sus protectores.

El entorno familiar muchas veces termina siendo un verdadero infierno para niños, niñas y adolescentes. Y esto tiene aún mucho arraigo en las mentalidades que componen el Poder Judicial, por lo que amerita una urgente transformación para terminar con los altísimos niveles de impunidad”, explicó Cuattromo. 

A través de su historia, que es representativa de tantas otras historias, Sebastián expone el carácter revictimizante de un Poder Judicial que antepone los valores de la familia tradicional por encima del interés de los niños, niñas y adolescentes víctimas de todo tipo de agresiones y abusos. Y denuncia también cómo esto genera temores en las víctimas “a lo judicial”, en vez de representar un camino de justicia y reparación.

“Este tema nos incumbe a todos, la historia sólo se cambia colectivamente, y por eso siempre invocamos un hermoso proverbio africano que dice que ‘para criar a un niño hace falta una aldea’", enfatizó Cuattromo.

 

-¿Por qué es tan difícil hablar de abuso sexual infantil?

-El abuso sexual infantil es siempre repulsivo y muy incómodo, por eso es tan difícil de expresar. Para la víctima, porque usualmente el agresor es una persona cercana a ella: puede ser un padre, un tío, un padrastro, un profesor. Y también lo es para la familia que a veces ni se imagina que ese padre, tío, padrastro o profesor es capaz de algo así. 

Este tema nos incumbe a todos. La historia sólo se cambia colectivamente, y por eso siempre invocamos un hermoso proverbio africano que dice que “para criar a un niño hace falta una aldea”. Por eso, cuando vamos a algún lugar a compartir nuestro testimonio convocamos a la comunidad en general, no hablamos para ningún sector en particular y lo hacemos con nuestros testimonios y relatos de nuestras vivencias porque nos damos cuenta que tienen una gran pluralidad de llegada. Cuando cuento algo que me pasó es porque entiendo que tiene un significado y representación colectiva, va mucho más allá de una experiencia individual. Contar mi historia es contar la historia de muchas otras víctimas. 

-¿El abuso sexual infantil es doblemente tabú si la víctima es varón?

-Sí, hay un matiz más en esa vergüenza por pasarme como varón. Una paradoja es que en sociedades machistas y patriarcales, y para cierta idea hegemónica de masculinidad, al varón le cuesta mucho asumirse como alguien que fue víctima o como alguien vulnerable. En mi caso, no sólo logramos dar por probados los hechos y que se responsabilice penalmente a su autor sino que logramos dar cuenta de toda una cultura, de un entramado institucional violento, autoritario, de múltiples abusos de poder, represivo, donde tamaño delito cuesta no sólo reconocerlo, sino también intentar llevar adelante una lucha en este sentido, hacerlo público. 

Por eso, siento que el hecho de que yo haga público mi relato alienta también a muchos varones de múltiples generaciones a hablar. Es por esta razón, también, que muchas veces las estadísticas no logran reflejar cuantitativamente la cantidad de niños y adolescentes varones víctimas de abuso sexual. En nuestros grupos participan muchísimos varones, y esto siempre lo marcamos con muchísima alegría. 

 

-¿Reciben muchas consultas en la asociación?

-Todos los días del año se comunican personas de los más diversos lugares con nosotros, y nosotros nos abocamos a acompañar solidariamente. Todos los días tenemos contacto con este dolor. Es difícil, porque a veces esas situaciones hay que llevarlas al terreno de lo judicial porque hay que actuar rápido y buscar protección para los niños y niñas víctimas. Pero a pesar de lo doloroso de estas luchas, nuestro camino está atravesado por una profunda esperanza y alegría porque a un tema que históricamente fue tabú venimos logrando abrirle un camino en el diálogo, en la agenda pública, en el encuentro colectivo. 

-¿Qué formas de contacto con ustedes hay?

-Silvia venía armando grupos con mamás de niñas y niños víctimas de abuso intrafamiliar y esto dio origen a nuestro espacio de reunión de todos los sábados del año a las 3 de la tarde de manera virtual. Lo llamamos “encuentros de pares”, es anónimo y lo que compartimos queda dentro del grupo. Sólo es necesario tener más de 18 años, porque con niñas, niños y adolescentes nosotros nos reunimos aparte. Por eso dentro del libro Somos Sobrevivientes se habla mucho de la diversidad generacional que hay en nuestro grupo de pares. 

Hay formas de contacto a través del número +54 9 11 6972 9541 o  adultxsporlainfancia@gmail.com, y estamos en todas las redes sociales: @adultxs1 en Instagram, @adultxs en Twitter y Adultxs por los derechos de la infancia en Facebook.

Otro de nuestros espacios fijos son todos los segundos sábados de cada mes, que tenemos el espacio de un taller teórico abierto y virtual. Cualquiera que quiera participar se comunica y le pasamos el link. Construimos conocimiento teórico sobre este tema, y usualmente tenemos algún invitado/a, algún especialista que entendemos que tiene algún aporte interesante para realizar.

También, este año lanzamos el primer seminario creado por sobrevivientes. El contenido del seminario lo hicimos nosotros y nosotras, acompañándonos algunos profesionales de buena trayectoria del campo de la psicología y del derecho. Es asincrónico, quedó grabado y cualquier persona puede participar y hacerlo en cualquier momento. Este es un particular orgullo. 

 

-Desde la asociación tienen mucha actividad, como las giras mundiales recientes. Contame sobre eso. 

-Entre febrero y abril de este año, llevamos adelante una maravillosa gira de visibilización pública por Marruecos, Italia, Francia, Alemania, la sede de la Unión Europea en Bruselas, España y Portugal.

En todo el gran espectro de actividades y reuniones comprobamos, una vez más, esta esencia común a diversas sociedades y culturas de esta gran presencia del abuso sexual contra la infancia, de su masividad, de la falta de importancia y prioridad política e institucional que al día de hoy sigue teniendo de manera internacional. 

Recordemos que la Convención Internacional de los Derechos del Niño es el tratado de derechos humanos más suscripto de la historia, con la excepción de Estados Unidos, pero todavía está a años luz de darle a la infancia como sujeto de derecho, en particular a la infancia víctima de abuso sexual, la importancia política que debería tener. 

Estamos muy contentos con esta gira, porque se dio en base a una lucha de muchos años, a puro pulmón. Somos una organización autónoma y autogestionada, nuestro principal ingreso son cuotas que nos brindan asociadas y asociados, que son también personas de a pie. 

-¿Por qué apuntan contra el “adultocentrismo” en la Justicia?

-Un punto donde el adultocentrismo se manifiesta con extraordinaria violencia es el terreno judicial, que ante el abuso intrafamiliar, todavía en la mentalidad de muchos jueces, juezas y operadores judiciales predomina un criterio de defensa de una idea o concepción de familia ligada a lo biológico. Esto lleva a que en muchísimos casos se pretenda anteponer ese concepto de familia como solución de un problema por sobre el niño o niña, ya que esto puede derivar en revinculaciones con sus agresores. A cambio, siempre tenemos que hablar de "familias" en plural.

Hay mandatos básicos de la Convención Internacional de los Derechos del Niño que hablan del interés superior del niño por encima de cualquier otro interés de las y los adultos. Pero lo que sucede en la práctica es exactamente al revés.

Nosotros decimos que ante la realidad del abuso intrafamiliar, una cosa es el parentesco, es decir, lo biológico o genético, y otra cosa es la familiaridad. Esto es algo que se construye y se elige. Hay familiaridad cuando hay cariño, respeto, cuidado. Pero cuando hay violencia, agresión, maltrato, abuso sexual o abuso de poder, no hay familiaridad por más que haya vínculos de parentesco. 

El entorno familiar muchas veces termina siendo un verdadero infierno para niños, niñas y adolescentes. Y esto tiene aún mucho arraigo en las mentalidades que componen el Poder Judicial, es por esto que la Justicia, como tantas otras instituciones, amerita una urgente transformación para terminar con los altísimos niveles de impunidad. Las y los especialistas sostienen que los abusos a las infancias son los más impunes de la Tierra. 

 

-¿Cuántos años te llevó la lucha en el terreno judicial hasta conseguir Justicia?

-La lucha en lo legal y penal continuó hasta el año 2016, por lo que en total en el terreno legal penal fueron 16 años de lucha. Quien fuera mi abusador estuvo prófugo de la justicia durante siete años aún teniendo una órden de captura nacional e internacional. En la etapa de instrucción, el juez había resuelto un procesamiento con prisión preventiva de este hombre, y terminamos ubicándolo en Estados Unidos donde vivía con una identidad falsa. Fui yo mismo quien obtuve la información porque en esos siete años removí cielo y tierra tratando de encontrar gente conocida de él que me ayudara a dar con su paradero. 

La causa judicial se inició en el año 2000, cuando yo tenía 23 años, es decir, 10 años después del abuso, porque fue recién ahí cuando yo pude ponerle palabras a lo que había sucedido sin tener siquiera un abogado o abogada que me representara, y sin tener ningún conocimiento en materia de derecho, con muchas dudas y muchos temores. Finalmente, en el 2016 la Corte Suprema de Justicia de manera unánime ratificó de manera definitiva la condena hecha en el juicio del 2012.

En el 2004, se me ocurrió ir a la sede de Interpol en Buenos Aires a averiguar qué estaba pasando con esa orden de captura internacional, porque ya habían pasado cuatro años. Y por esa visita mía sale a la luz que la orden de captura internacional en el año 2004 todavía no se había puesto en vigencia, por una formalidad, donde la Interpol le había pedido al juzgado que le de la orden para que llevara a cabo esa búsqueda internacional pero el juzgado nunca había contestado a ese pedido. En el 2005, yendo a distintas puertas de Seguridad Nacional saqué a la luz que la orden de captura a nivel nacional no estaba registrada en ningún lado, cuando él ya llevaba cinco años prófugo. Esto habla de una víctima poniéndose al hombro la causa de la cual era querellante a nivel penal.

 

-Según hiciste público, el Poder Judicial no es la única institución que te ha fallado en tu historia como víctima en búsqueda activa de reparación. ¿Cómo fue tu relación con la institución eclesiástica en tu historia?

-Mi historia con el ámbito institucional católico también habla de falencias e injusticias. En ese proceso de lucha judicial empecé a entender que el otro responsable de esta situación era el Colegio Marianista y quería que la institución asuma su responsabilidad de manera civil. Al principio, me generaba mucho ruido y rechazo que la forma de reparar de estas instituciones sea desde lo económico. Pero hoy, por supuesto, y desde mi lugar de responsabilidad pública y colectiva que tengo en nombre de esta causa, considero que todas las víctimas tienen derecho a una reparación también en el terreno económico y civil. No tengo dudas de eso.

Con otra víctima de Picciochi que me acompañó en esta búsqueda de justicia fuimos al Colegio Marianista, en el año 2002, pero la única respuesta que obtuvimos fue su intento de silenciarnos de una manera muy burda. Ofrecían asumir su responsabilidad por el daño pero a cambio querían que las víctimas nos comprometamos a guardar la confidencialidad de esa decisión. Y este no es un hecho aislado, hablamos de una actitud sistemática de las instituciones religiosas de intentar guardar silencio. 

De hecho, a raíz de los juicios de mi caso salió a la luz que a partir de los abusos que cometía este hombre otro niño que sufrió el mismo delito pudo compartirlo en su casa y su familia también fue a hablar al colegio. Pero lo que hicieron fue proteger al abusador y dejar desprotegida a la víctima y al resto de los alumnos. Sólo trasladaron a este docente de la Capital a la Patagonia.

Ante esta intención de silenciamiento, lo que hice fue revelarme, por lo que fui a denunciar esta actitud del Colegio ante el Arzobispado de Buenos Aires, en ese entonces encabezado por Jorge Bergoglio. Pero Bergoglio nunca me quiso recibir personalmente. Traté entonces de reunirme con un secretario suyo, que me dijo que el cardenal me invitaba a llevar adelante mi pedido en la vicaría zonal de Flores. Así que fui y allí me reuní con el obispo Mario Poli, a cargo de esa vicaría. Todos los encuentros con él fueron siempre muy tristes, muy amargos, porque en todo momento me hacían sentir una profunda subestimación con respecto a la gravedad del delito y la injusticia de la que estábamos hablando. Esto derivó en un trato vulgar y por momentos casi agresivo por parte de Mario Poli. Él hablaba desde una profunda arrogancia de quien se sabe en una posición de poder. Finalmente, me dijo que ellos avalaban la actitud del Colegio Marianista porque "al fin y al cabo, había una congregación de un colegio que más de 10 años después estaba asumiendo la responsabilidad ante las víctimas de este delito". Que lo hiciera intentando silenciar a las víctimas era un detalle menor para ellos. 

-Habiendo pasado tantos años, ¿recibiste pedido de disculpas o reconocimiento por parte de la Iglesia Católica?

-Desde que Bergoglio es Papa, públicamente y en múltiples ocasiones ante medios de prensa internacional hemos contado sobre estos casos de víctimas ignoradas por la institución católica, pero el Papa argentino nunca respondió a nuestro pedido de recibirnos y, en especial, a quienes siendo víctimas hemos tenido una mala experiencia con él. Incluso, esto lo estuvimos visibilizando en marzo cuando dimos una conferencia de prensa internacional en la sede de la asociación de prensa extranjera de Roma, justo cuando Bergoglio estaba cumpliendo 10 años como Papa, y donde estaban presentes los más importantes medios del mundo. 

Esto que pasa en nuestro país no es representativo de lo que pasa en Europa, donde crearon comisiones de investigación respecto al abuso sexual dentro de las iglesias católicas. Esas comisiones salieron a rendir cuentas ante la sociedad de lo que ha pasado. Han pedido disculpas, han convocado a las víctimas. Pero nada de todo esto sucedió en la Iglesia del Papa Francisco. Y me arriesgo a decir que tampoco pasó esto en ninguna de las iglesias de América Latina. Esto habla del tipo de sociedad que acá tenemos, porque si allá tuvieron que salir a blanquear el tema es también por la presión social ante la situación. Por eso decimos que América Latina es como el patio trasero del Vaticano. 

Quiero hacer la aclaración que estas complicidades institucionales con los agresores se dan en múltiples ámbitos, empezando por las familias. Hemos visto vastos ejemplos de víctimas que en sus familias han logrado hablar pero terminan siendo tomados como una especie de loca o loco, que tienen que terminar alejándose de ese espacio porque el resto sigue comportándose como si no hubiese pasado nada. Lo digo para que quede claro que esta problemática está lejos de ser sólo católica. 

 

-¿Pudiste contactar con las otras víctimas de tu agresor para que te acompañen en la denuncia penal?

-El agresor tuvo muchas otras víctimas además de mí, compañeros míos, pero de ellos sólo uno me acompañó en la denuncia. Diez años después de los hechos, los busqué y les conté lo que me había pasado. Ellos vivieron lo mismo que yo pero ninguno de ellos había podido compartir y explicar lo que les había pasado. Les conté también que iba a luchar por reparación y justicia, y que los invitaba a que lo hiciéramos juntos, pero me encontré con muchos lógicos temores. En principio, el temor a lo judicial en vez de verlo como una posibilidad de reparación y de protección. Mucho temor con cómo se tomaría la denuncia, cómo serían tratados y todo lo que podía llegar a pasar con ellos como personas dentro de la maquinaria judicial. Y también muchos temores a nivel social respecto a qué pensarían de ellos, cómo iban a ser mirados, cómo se lo tomarían en su lugar de estudio o de trabajo. Son todas cuestiones que hablan mucho más de la sociedad que de las víctimas. 

 

-Más de 20 años después del inicio de tu lucha judicial, ¿creés que hoy sería distinto?

-Sí, en algunos aspectos, y más que por cambios institucionales lo creo por los cambios que venimos construyendo desde la sociedad civil. Hoy si entrás a redes sociales te encontrás con nosotros, y con otros grupos, te encontrás con más información. Es otra construcción social la que hoy tenemos que con mucho esfuerzo venimos construyendo tantos sobrevivientes y protectores. Hoy uno puede encontrar más solidaridad, acompañamiento o espacios que se vienen construyendo desde el dolor y la lucha. Pero esto aún contrasta muchísimo con qué tipos de cambios te podrías encontrar dentro del sistema judicial. Ahí falta muchísimo. 

En ese ámbito podemos destacar que, como fruto de la lucha colectiva, en el 2015 logramos la sanción de la Ley de Respeto a los Tiempos de las Víctimas que establece una modificación del código penal argentino por la cual los plazos de prescripción que tiene el Estado para recibir una denuncia y comenzar a investigarla empiezan a correr a partir del momento en que se presenta la denuncia. Esto viene a dar cuenta de la enorme complejidad psicológica y emocional que tiene para cualquier niña, niño o adolescente reconocerse y expresarse como víctima de abuso sexual. 

El abuso sexual infantil debería ser prioridad en nuestra agenda como adultos, sin embargo, es un tema aún muy invisibilizado. Nuestra cultura adultocéntrica está llena de hipocresías, porque no faltan quienes dicen que no hay nada más importante que los niños, pero a la hora de debatir un proyecto en comunidad, ¿qué lugar en importancia les damos a sus derechos? 

A diferencia de lo que me pasó a mí, y de lo que le pasó a Silvia en su momento, hoy sería más factible encontrar espacios de ayuda y asistencia. En mi caso, siempre luché muy en solitario y eso me pareció también una gran injusticia, por eso también siempre evoco lo colectivo y por eso hoy como asociación y colectivo tratamos siempre de acompañar solidariamente a quienes son víctimas o a quienes están acompañando a esos niños o niñas víctimas.

Necesitamos la construcción de una sociedad que logre poner a la infancia en un lugar de máxima importancia porque esto realmente sería transitar un mundo de una manera muy distinta de la actual.