El expediente judicial que se tramita en la Unidad Fiscal de Homicidios de Mendoza lo identifica como Nicolás Gilhad Pereg, el único imputado por asesinar a la madre y a la tía, a las que enterró en su casa y tapó con cemento.
Sin embargo, este israelí de 2 metros de estatura, detenido con prisión preventiva, asegura ser un gato: maúlla en las audiencias, arroja arañazos al aire y exige que lo alojen en un zoológico junto con los 47 gatos que criaba cuando fue detenido en 2019 en Guaymallén, a 7 kilómetros de la Ciudad.
Pereg tiene 39 años, está detenido en el penal San Felipe y pronto será juzgado por un jurado popular por los asesinatos de Pyrhia Saroussy, la madre, y la tía, Lily Pereg, también de nacionalidad israelí.
Gil Pereg en la prisión.
El informe de forense reveló que Saroussy, de 63 años, murió por estrangulamiento con algún elemento similar a un lazo, acaso una cuerda, y que Lily Pereg, de 54 años, recibió tres disparos de arma de fuego.
Las mujeres habían llegado de visita en enero de 2019 desde el país de origen. Ver al hijo y sobrino después de tantos años era primordial. Así, dejaron por unas horas un departamento alquilado en el centro mendocino y viajaron en colectivo de recorrido urbano hasta Guaymallén.
Ocho kilómetros después, el reencuentro y una lenta y silenciosa caminata de 500 metros hasta llegar a un predio de varias hectáreas donde Gil Pereg vivía prácticamente en la indigencia: sin agua ni gas, apenas con luz eléctrica y acompañado de gatos a los que cuidaba como a nadie en este mundo.
Dos casas a medio construir por el mismo Gil Pereg, igual que canchas que iban a ser de pádel o fútbol hasta que comenzó a faltar el dinero de la inversión y mucha desolación componen ese lugar completamente deshabitado desde la captura del israelí. Aquella tarde, las mujeres entraron a la casa y las sacaron muertas casi dos semanas después.
En Mendoza, los casos de homicidio agravado son sometidos a juicio por jurado popular desde 2019. El caso Gil Pereg está en lista de espera porque el hombre está acusado de los delitos de homicidio agravado por el vínculo en perjuicio de la madre y por el uso de arma de fuego respecto de la tía.
El imputado
Gil Pereg tiene conductas nada convencionales desde que está a disposición de la Justicia. Maúlla cuando lo interrogan, tira arañazos al aire cuando los periodistas se le acercan con las cámaras y varias veces ha defecado y orinado durante las audiencias, lo que obligó a interrumpir esos actos procesales para higienizar las salas.
Ha pasado hasta cinco meses sin bañarse ni cortarse el cabello ni la barba. En la celda vive desnudo. Acurrucado en el piso, a veces estirándose. Toma agua con la lengua como un gato, como el felino que dice ser. Mis hijos, pide en referencia a los animalitos a los que atendía y con los que vivía. "Quiero vivir con mis hijos, aunque sea en una jaula", insiste a través de sus representantes. Desde lo judicial, Gil Pereg está en un callejón sin salida.
La última carta fuerte la jugó hace un año y medio, cuando lo internaron en un neuropsiquiátrico para compensarlo y evitar que se hiciera daño a sí mismo. Al final de este proceso, que duró varias semanas e incluyó tratamiento, medicación y testeos de personalidad y la psiquis, la Junta Médica fue tajante: es inteligentísimo y está en sus cabales. Conclusión: puede ser sometido a juicio.
El otro Gil Pereg
Antes de ser sospechoso, Gil Pereg era otro: cuando el paradero de la madre y la tía eran un misterio y muchos apostaban a que podían haber sido atacadas de regreso al centro mendocino, el israelí exigió a viva voz, en la calle y frente a los medios de prensa, la rápida aparición con vida de sus parientes. Habían desaparecido del mapa tras haber salido de su casa, luego de visitarlo unas horas.
La clave fue un video tomado por una cámara de seguridad del cementerio público de Guaymallén, ubicado justo frente al predio donde vivía el israelí. La imagen incorporada al expediente judicial fue tomada por una cámara que apunta a la vereda y muestra a Gil Pereg caminando en dirección a su casa con dos bolsones cargados hasta que desaparece de la escena. Seis segundos después, caminando a paso lento, la madre y la tía. Fin de la escena.
Sí, estuvieron en mi casa, más tarde decidieron irse y las acompañé de regreso a tomar el colectivo que las llevaría al centro. Para tomar el mismo colectivo desandaron el camino de llegada, pero la cámara de seguridad jamás volvió a tomarlos. Ni a él ni a las mujeres.
¿Habían subido al micro? Ninguno de los choferes que aquella tarde manejaron en ese tramo Guaymallén-Centro-Guaymallén recordó haberlas visto. Y eso que ese sábado a la tarde viajaba mucha menos gente que en los días hábiles.
Desenlace
Gil Pereg no solo vivía frente al camposanto de Guaymallén: cada tanto se lavaba la cabeza y el rostro en los piletones. Verlo entrar y salir era habitual para empleados y vecinos; aunque algo difícil de digerir para algunos deudos.
Su aspecto causaba cuando menos sorpresa: pocas palabras, gesto adusto, alta estatura, gran porte físico, barba desmesuradamente larga, higiene casi nula, pies descalzos y algo así como un hornito de barro (literal) cubriéndole la cabeza y el cabello.
Esta ligazón con el cementerio llevó a los investigadores a revisar si algunas parcelas de tierra habían sido removidas en los últimos tiempos. Pensamos que podía haber enterrado a las mujeres en el cementerio, confió un pesquisa. Pero nada abonaba esa posibilidad. Entonces, la única escena del crimen posible fue ese ancho predio donde las mujeres entraron en tren de visita.
El trabajo de los perros rastreadores fue determinante, especialmente de dos animales entrenados para detectar cadáveres a varios metros de distancia. Huelen la muerte, explicó un pesquisa, y generalmente no fallan. Durante aquel larguísimo operativo tampoco fallaron: olisquearon la muerte y marcaron dos lugares. Hombres y máquinas hicieron el resto.
Horas después, los cadáveres de la madre y la tía del israelí quedaron a la vista en un mar de escombros y una obra con cemento hecha a las apuradas en un plazo bastante cercano a la fecha de desaparición. El israelí vivía casi en la indigencia pero en su casa había 70.000 dólares y 25.000 euros que él asegura le fueron robados por las autoridades. Compraba armas, se confirmó. ¿Las alquilaba? ¿Las revendía?
Cuando terminaba el operativo que sirvió para poner fin al misterio y ya detenido en la UFI de Homicidios y a sabiendas de que su futuro se tornaba oscuro y grave, Gil Pereg comenzó a decir que se sentía un gato. Después acostumbró a maullar y a tirar arañazos como un gato. A jugar una carta fuerte. ¿Habrá sido la última?
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